
Théodore
Géricault. Biografía y obra
Introducción
a la obra de Théodore Géricault
Théodore
Géricault nace en 1791 en el pequeño pueblo francés
de Rouen en el seno de una familia acomodada. Representa antes que
ningún otro en territorio francés el Romanticismo,
corriente pictórica caracterizada por la supremacía
de los sentimientos ante la razón dejando atrás lo
clásico e imponiendo la libertad como la mejor técnica
para imprimir colores y formas en los lienzos.

De
vida intensa y muerte violenta, Géricault comienza sus estudios
artísticos con diecisiete años, haciendo de su carrera
y su vida una línea poco continua, más bien repleta
de altibajos que, por otra parte, no podía tratarse de otra
forma si hablamos del Romanticismo y es que Théodore representa
en su misma existencia la esencia del espíritu romántico.
Como decimos, en la adolescencia comienza a pintar guiado por maestros
como Vernet y Guérin. Poco después, en 1816, siguiendo
el gusto aventurero de la época, viaja a Italia donde entra
en contacto con la obra de Miguel Ángel donde se familiariza
con su obra que se convierte en inspiración principal de
sus obras presente sobre todo en la fuerza contenida de los gestos
de sus personajes y animales. También de él adquiere
las proporciones de los cuerpos a las que añade gran tensión,
dinamismo y fuerza contenida. Parece que sus caballos van a salir
en cualquier momento trotando hacia el espectador.
Sus cuadros,
expuestos en diferentes países, no fueron, en general, bien
acogidos por la crítica y es que sus obras muestran las rebeldía
tanto las temáticas tan alejadas del clasicismo que elige
Géricault para sus obras tanto las que representan una crítica
contra la sociedad o el poder como la de dementes y enfermos que
refleja los rostros de personas comunes con expresiones más
realistas que idealistas.

Tampoco podemos
olvidar en él la supresión de las normas clásicas
ni el uso de las pinceladas gruesas, pastosas, poco ordenadas, Además
sus cuadros muestran la pasión y los sentimientos propios
del Romanticismo. Así lo vemos en la más famosa de
sus obras: La balsa de la Medusa. Pintada en 1819 fue expuesta
en el Salón de París ese mismo año sin gran
éxito por lo que su autor decidió presentarlo en Inglaterra
donde finalmente tuvo mejor acogida que en el país galo.
El cuadro, de
gran tamaño, representa la pasividad del gobierno frente
al naufragio de la fragata francesa del mismo nombre que la composición
en la que viajaban cientos de personas que, una vez el barco se
ha hundido casi en su totalidad, se ven obligados al canibalismo
para sobrevivir y es que nadie acude a rescatarlos. Los rostros
de las figuras reflejan un enorme dramatismo reforzado con la elección
tan acertada de colores que hizo el pintor: tonos oscuros y fríos
que utilizó para plasmar lo trágico de la situación.
Para la realización del cuadro, Géricault se documentó
sobre las circunstancias concretas del desastre, entrevistó
a supervivientes e incluso visitó hospitales donde pudo apreciar
y copiar los colores de las heridas más profundas así
como los rostros de dolor, de desesperación y agonía,
tan excelentemente retratados en su obra. El estado de la mar no
viene sino a reformar lo agónico de su rescate tardío.
Embravecido, amenaza con derribar lo poco que queda de la antigua
fragata.

Por encargo
Géricault realizó en 1822 una serie de diez cuadros
de dementes de los que, desgraciadamente, solo se conservan cinco.
Para todos ellos fueron utilizados modelos reales sacados directamente
de manicomios, hecho que impactó a la crítica y la
sociedad del momento pues los enfermos mentales eran considerados
como no humanos. Así de esta serie podemos destacar obras
como El cleptómano o las dos representaciones con
el título Retrato de mujer loca.

Con estos pequeños
retratos Gericault demuestra que el arte debe representar a personajes
reales y situaciones de la vida cotidiana, utilizando la fuerza
de la pincelada incluso como una crítica a la sociedad tan
desigual del siglo XIX.

El tercero de
sus pilares si a temática nos referimos, fueron los caballos.
Amante de la hípica, retrató de forma excepcional
la fisionomía equina que la modeló bajo las premisas
del ímpetu, el nervio y la energía pero también
bajo la elegancia y la nobleza. Cualidades todas ellas presentes
en los animales que, curiosamente, fueron los que acabaron con su
vida con tan solo treinta y tres años, después de
caer de uno de ellos en el año 1824. Obras destacadas sobre
este tema son Húsar a caballo y Coracero herido
ambas de 1814, Carrera de caballos libres (1816) o Derbi
en Empson (1821) fruto este último de uno de sus viajes
a Inglaterra donde asistía a multitud de carreras y encuentros
hípicos.
(Autora
del artículo/colaboradora de ARTEESPAÑA:
Ana Molina Reguilón)
