
El
Arte Celta
Pocas manifestaciones
artísticas han sido tan difundidas entre el gran público
como las relacionadas con la cultura celta.
Desde la caligrafía,
pasando por la decoración hasta la proliferación de
representaciones religiosas como las cruces o los manuscritos miniados,
numerosos son los ejemplos que encontramos a nuestro alrededor y
que nos remiten a una cultura legendaria y fascinante que ha sido
sistemáticamente mitificada por antropólogos e historiadores,
quizá debido al hecho de que sus tradiciones fueron transmitidas
de manera oral, y los pocos textos encontrados nos han llegado a
través de autores clásicos que describían a
los celtas como bárbaros de apariencia amenazadora.

Sin embargo,
este pueblo, lejos de ser tan rudo como griegos y romanos creían,
nos ha legado exquisitas muestras de un arte que, aún hoy,
sorprende por su delicadeza.
Del pueblo celta
se han encontrado vestigios en gran parte de la Europa continental
y las islas británicas que se remontan a más de veinticinco
siglos, a la conocida como Edad de Hierro. El primer estadio se
conoce como cultura de la Hallstatt (por la zona austriaca en la
que fueron encontrados los restos) y de esa época se han
encontrado tumbas impresionantes y fortificaciones que denotan la
riqueza de que gozaban por aquel entonces.

Posteriormente,
en torno al siglo VII antes de Cristo, los intercambios culturales
con griegos y etruscos darían lugar a un periodo del arte
celta conocido como La Tène (Suiza). Es a partir de
aquel momento cuando los rasgos característicos del arte
celta comienzan a perfilarse.
Sin
embargo la estabilidad no duraría eternamente, y cuando llegaron
los malos tiempos, las tribus celtas se vieron obligadas a emigrar,
invadiendo el territorio griego y romano y siendo invadidos a su
vez por éstos últimos, a los que acabarían
por asimilarse. Sólo zonas de Britania y de la Bretaña
lograron mantener sus costumbres y su lengua durante siglos.
La sociedad
celta solía organizarse en torno a fortificaciones asentadas
por lo general en lo alto de colinas para dominar el territorio
de alrededor. Las llamadas oppida por Julio César
contaban con lugares para almacenar el grano y estaban divididas
en zonas específicas para cada actividad. Tenemos buenos
ejemplos de estos asentamientos en la zona sur de Alemania y también
en la Península Ibérica, donde adoptaron el nombre
de castros.

La llegada del
cristianismo, con la introducción de nuevas costumbres marcó
una nueva etapa en la historia celta, que a partir de ese momento
vivió un periodo de esplendor. La tradición artesana
basada en la escultura, el trabajo de metal y la talla de la madera
que habían cultivado hasta alcanzar un nivel admirable vino
a unirse a las formas de representación traídas por
los misioneros para originar un arte espectacular y delicioso que
nos ha dejado muestras tan admirables como el conocido manuscrito
iluminado de Kells.
Dos
tendencias del arte celta
Se pueden distinguir
dos tendencias bien diferenciadas en el arte celta; una es aquella
que se basa en la representación de la naturaleza. Para entender
este tipo de manifestación debemos señalar que estamos
hablando de un pueblo que basaba su economía en la agricultura
y que mantenía una estrecha relación con la naturaleza
y los fenómenos celestes.
Sus creencias
espirituales se fundamentaban en dichos ciclos naturales y en la
continuidad entre el mundo material y el más allá.
Los druidas enseñaban que cada fenómeno terrestre
tenía su correspondencia en el mundo celeste y de ahí
que sus representaciones tuvieran un significado eminentemente simbólico.
Así, encontramos numerosas manifestaciones que imitan elementos
de la naturaleza de complicada fantasía: hojas, flores, guirnaldas,
animales, etc. que se interpretan de manera estilizada, siendo reducidos
a esquemas.
Por otro lado
tenemos la tendencia geométrica, que consiste en una ornamentación
basada en decoraciones abstractas de líneas intrincadas que
dan lugar a complicados y bellos diseños de una gran armonía.
Un ejemplo de este tipo de decoración lo encontramos en los
llamados knotworks, o trabajos a base de dibujos entrelazados
realizados con una línea continua que fluye formando curvas,
nudos y zigzags. También son muy frecuentes las espirales
que tenían una profunda carga simbólica y solían
representarse solas o formando grupos, como el conocido triskel,
consistente en tres espirales unidas que aludía las tres
naturalezas del alma humana (o los tres elementos sagrados: tierra,
mar y cielo).
Todos estos
elementos los podemos encontrar también en los que son, quizá,
el más bello ejemplo del arte celta: los manuscritos iluminados,
auténticas obras maestras de una práctica que los
artesanos dominaban, la caligrafía. En ellos encontramos
bellísimos diseños realizados con gran habilidad y
decorados con fantásticos colores que aun hoy provocan asombro
de quien los contempla.
Sin embargo
se han hallado otros ejemplos en los que los artesanos celtas demostraron
su destreza. Tal es el caso de la orfebrería, de la que tenemos
restos como collares, pendientes o las fíbulas usadas tanto
a modo de alfiler para sostener la ropa como de amuleto, y que muestran
en algunos casos deliciosas formas zoomórficas; o de los
llamados torques, pesados collares utilizados frecuentemente por
los miembros relevantes de la sociedad, que se realizan de diferentes
metales, algunos estaban ricamente decorados con filigranas y otros
motivos. Entre los objetos cotidianos los celtas demostraron su
creatividad en las máscaras ceremoniales, los calderos o
las figuritas votivas.

Otro ejemplo
del dominio que este pueblo tenía sobre la manufactura del
metal lo tenemos en las armas: espadas con grandes empuñaduras
ricamente ornamentadas o escudos y cascos de hierro y bronce decorados
con figuras muy elaboradas que simbolizaban fuerza y poder.
Sin embargo
la herencia que con más nitidez podemos rastrear en al actualidad
son los mitos, cuentos y leyendas que han llegado hasta nosotros
a través de la tradición cristiana, muchas de cuyas
propias historias están basadas en fábulas de la historia
celta. Tal es el caso de la mitología que incluye seres fantásticos
como hadas, héroes, duendes o gigantes, o como las fascinantes
narraciones del Rey Arturo y los caballeros de la Tabla Redonda,
historias cuyas raíces más profundas se hunden en
el brumoso y evocador pasado de bardos, vates y druidas transmitidas
de generación en generación.
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