Manifestaciones
de Arte Celta en España
La
sociedad celta en España
Los keltoi (así
es como los griegos conocían al pueblo celta) penetraron
en la Península Ibérica a través de los Pirineos
en torno al siglo VI ó VII antes de Cristo procedentes de
centroeuropa, de donde fueron expulsados, y en ocasiones asimilados,
por teutones y romanos, y se asentaron en la zona norte, en lo que
hoy es Galicia, Asturias y el norte de Portugal.
Más
tarde entraron en contacto con los íberos, dando lugar a
la llamada cultura celtibérica, que se extendió por
Soria, Guadalajara, La Rioja, Burgos, Aragón, Cuenca, etc.
(incorporando a arévacos, vettones, vacceos, lusones y otros
grupos étnicos) y desarrolló una serie de formas características
y originales fruto tanto de la situación periférica
del territorio como de la influencia posterior de griegos y romanos.
Y fueron escritores
grecolatinos como Estrabón, Diodoro o Julio César,
los que primero dieron cuenta de este pueblo describiéndolo
como brutal y poco civilizado, amante de la juerga, las leyendas
y las hazañas bélicas, aunque los restos que nos han
quedado transmiten, además, que los celtas fueron sin embargo
un pueblo refinado y con un gran sentido estético, alcanzando
un alto grado de maestría en la forja, la orfebrería
o el urbanismo.
La sociedad
celta concedía una especial importancia a la identidad cultural,
que lograban en gran medida con la representación de patrones
básicos en sus motivos decorativos.
Tanto en la
vestimenta como en las joyas, armas u objetos de uso doméstico
proliferaban los complejos diseños a base de líneas
entrelazadas formando nudos. También recurrían a la
ornamentación a base de figuras de plantas y animales muy
estilizados, o incluso de figuras humanas esquemáticas pero
de gran expresividad.
Torques
celtas
Los torques
son uno de los vestigios mejor estudiados de todos los que nos ha
legado el mundo celta. En la Península se han encontrado
numerosos de ellos, realizados en hierro, bronce o en metales preciosos.
Algunos resultan tan bastos y pesados que cuesta creer que pudieran
ser utilizados; sin embargo otros son exquisitos trabajos de orfebrería
ricamente decorados, ligeros y flexibles. Los torques eran usados
en diferentes rituales (igual que las máscaras, calderos,
vasos o tallas representando a dioses) a modo de adorno en torno
al cuello y constituían un símbolo distintivo para
los miembros más relevantes de la tribu, como es el caso
de los guerreros, los druidas o los nobles, a la muerte de los cuales
frecuentemente pasaban a formar parte de su ajuar funerario.
Fíbulas
celtas
Otro objeto
que nos habla del refinado gusto de los celtas por el embellecimiento
personal son las fíbulas, objetos a modo de alfileres
o prendedores equivalentes a nuestros actuales imperdibles y que
usaban hombres y mujeres indistintamente tanto para sujetar los
pliegues de la ropa, como para ahuyentar a los malos espíritus.
Se conservan ejemplos de fíbulas de extraordinaria delicadeza
cubiertas de motivos vegetales o de figuras zoomórficas y
también otros elementos de uso personal como pendientes,
brazaletes, collares o cinturones, así como cerámicas
pintadas (conocidas como kalathos).
Armas
y material bélico
Las armas eran
objetos casi sagrados para los antiguos celtas y por eso mostraban
hacia ellas un cuidado especial. En los yacimientos arqueológicos
se han hallado dos tipos: las pensadas exclusivamente al campo de
batalla, más sobrias y funcionales, y aquellas destinadas
a usos ceremoniales, mucho más elaboradas (como la vaina
del puñal de Pintia).
Encontramos
armaduras, escudos o arneses para las cabalgaduras en los que proliferan
los motivos típicos de la decoración celta, pero donde
los artesanos mostraron su mayor creatividad fue en las empuñaduras
del arma por excelencia: la espada. Las grandes empuñaduras
que requerían las enormes hojas eran el lugar en el que se
aplicaban piedras preciosas, marfiles o esmaltes, y tanto estas
espadas como los cascos podían adornarse además con
originales figuras humanas o cabezas de animales.
Los
Verracos
Sin embargo
en la Península Ibérica y debido a la gran cantidad
de grupos étnicos prerromanos existentes, resulta muy difícil
adscribir los objetos encontrados a una cultura en concreto, tal
fue la influencia de los celtas sobre ellas. Berones y pelendones,
lugones y vetones, turdetanos y várdulos, son sólo
algunos esos pueblos. Los expertos no se ponen de acuerdo a la hora
de catalogar los restos arqueológicos más conocidos
de ese periodo, como pueden ser los Toros de Guisando o el jabalí
de Las Cogotas, pertenecientes ambos a una serie de esculturas zoomorfas
que se han dado en llamar "verracos" y de las que se han
encontrado numerosos ejemplos, sobre todo en la meseta castellana.
Lugares
sagrados y necrópolis
Dado que celebraban
sus ritos al aire libre no encontramos restos de santuarios propiamente
dichos, pero sí se han hallado inscripciones rupestres que
nos hablan de lugares sagrados en los que los druidas llevaba a
cabo sus ceremonias, como las de Peñalba de Villastar o en
la Cueva de San García. También tenemos muestras de
importantes necrópolis como las de Aguilar de Anguita o Atienza.
Castros
celtas
Pero si hablamos
de las manifestaciones artísticas más conocida del
arte celta en la Península Ibérica no podemos dejar
de mencionar los castros (del latín castrum: fortificación
militar), poblados amurallados situados por lo general en lo alto
de colinas estratégicas y protegidos por fosos, que contaban
con un torreón desde el que vigilar el área alrededor.
Aunque en un
principio las construcciones se realizaron en materiales perecederos,
más tarde se comenzó a utilizar la piedra, y es de
este material del que nos han llegado restos como el de Las Gogotas
(Ávila) o Santa Tecla (Pontevedra). En Uxama, Termes, Segóbriga
o Clunia tuvieron los celtíberos centros importantes, pero
sin duda el que perdura en la memoria de todos es Numancia, capital
de los arévacos, que ha pasado a la historia por su heroica
resistencia a las tropas romanas de Cornelio Escipión en
el año 133 antes de Cristo.
Y es que parece
ser que los historiadores clásicos tenían razón
cuando hablaban de las dotes guerreras de este fascinante pueblo,
tan feroz en la guerra como sofisticado en sus manifestaciones artísticas.