
Pintura
Realista
En las décadas
centrales del S. XIX, el Romanticismo y su idealización de
la historia, de la sociedad y sobre todo de la naturaleza, cuyo
tratamiento era un motivo de evasión, deja paso a una corriente
que se interesa por la realidad.

El realismo
surge después de la revolución francesa de 1848. El
desencanto por los fracasos revolucionarios hace que el arte abandone
los temas políticos y se concentre en temas sociales. La
industrialización determinó la desaparición
del artesanado y la formación de una numerosa población
obrera acumulada en los centros urbanos. Con ello, las condiciones
de vida económica y social sufren una alteración profundísima,
que se refleja en las ideologías. Los artistas toman conciencia
de los terribles problemas sociales como el trabajo de niños
y mujeres, los horarios excesivos, las viviendas insalubres y consideran
que deben denunciar estas lacras.
Mientras
Augusto Compte elaboraba la filosofía del Positivismo, quien
estima que la única fuente de conocimiento es la observación
y la experiencia, tenían lugar una serie de descubrimientos
científicos que fomentaron la formulación de una doctrina
optimista, la del progreso social. En vez de soñar con la
mejoría de la vida, hay que especular partiendo de la realidad.
El hombre es representado en sus tareas normales y el tema de la
fatiga se convierte en motivo de inspiración.
Quienes mejor
manifiestan este cambio son los paisajistas de la Escuela de
Barbizón, que a través del paisaje transmitieron
la conquista de la realidad. La escuela fue creada por Rousseau
y la integraron un grupo de artistas que se propusieron construir
un tipo de pintura diferente. Realizaron un estudio objetivo y directo
de la naturaleza plasmando los sentimientos que ésta les
despertaba. A ellos les debemos el inicio de la práctica
de pintor al aire libre, pues tomaban sus apuntes directamente de
la naturaleza y luego ejecutaban sus obras definitivas en el estudio.
Jean François
Millet (1841-1875), hijo de campesinos pobres, fue uno de los
máximos representantes de la Escuela de Barbizón.
Se distinguió como paisajista, pero en sus paisajes no olvida
nunca a los campesinos, humildes, cabizbajos, pesimistas y redimidos
por el trabajo. Es el mejor intérprete de la vida campesina
y del hambre y la miseria que éste trae consigo. Contempló
de cerca la situación en la que vivía, pero no la
denunció en sus pinturas, sino que la representó tal
y como era, plasmó la realidad. Sus obras más características
son Los Gavilladores, El Ángelus, Los canteros, La costurera,
La colada y Las espigadoras.

En esta última,
muestra el trabajo rural, pero haciendo hincapié en lo social.
Tres campesinas ataviadas con la vestimenta típica normanda
recogen inclinadas los restos de la cosecha, el trabajo más
duro y menos reconocido entre las tareas rurales. Sus posturas reflejan
la fatiga que provoca su labor. Los personajes se sitúan
en primer plano elevándolos a la categoría de héroes
y la iluminación infiere dramatismo a toda la escena.
Las pinturas
de Gustave Courbet (1819-1877) suscitaron enormes polémicas
por su selección de temas vulgares como Un entierro en Ornans
(1849) y por sus ideas pragmáticas sobre el arte. Ornans
es su pueblo natal. Este entierro es una de las obras en las que
más claramente aparece una manera nueva de ver la realidad.
El tema se podía haber tratado solemnemente, pero lo hace
de forma peculiar, es un cuadro desolador. Se trata de un entierro
en un pueblo al que asisten los aldeanos y el clero y apenas hay
diferencias entre ellos, en un intento de hacer crítica.
Al contrario que en los cuadros que representan entierros y en los
que está presente lo religioso invocando el más allá,
aquí todo es deprimente, no se espera ni se cree nada.
Una de sus obras
más significativas, que denotan el modo de ser del autor,
es El Taller (1855). Aquel año, no siendo admitido por el
jurado en el Salón, inauguró una exposición
particular paralela a la Exposición Universal y allí
exhibió su enorme lienzo. En el cuadro resume su mundo social.
Courbet aparece en el centro dando los últimos retoques a
un paisaje de su tierra natal, un muchacho mira como pinta y detrás
del artista está su musa, un bello desnudo de mujer que personifica
sus modelos vivientes. A la derecha, sus amigos, los artistas, y
a la izquierda, los miserables y quienes viven explotando su miseria.
Otras obras
son Buenos días, señor Courbet (1854), Jóvenes
a orillas del Sena (1856-57), La Siesta (1866), Mujer en las olas
(1866), Las Bañistas (1853). Cultivó el desnudo femenino
con gran libertad e incluso a veces con total impudor. Su trayectoria
artística se mezcla con su actividad política, llegando
a ser director de Bellas Artes durante el periodo de La Commune
de 1871. Al término de esta experiencia revolucionaria tuvo
que exiliarse en Suiza, donde falleció en 1877.
Si Millet se
muestra conformista con la realidad que le toca vivir, Honoré
Daumier (1808-1879) se muestra crítico y satírico.
Se fija en la sociedad y en determinados grupos sociales, poniéndose
al lado de los desfavorecidos. Algunos de sus temas evocan el mundo
de la marginación como Los presos y Los mendigos. En El
vagón de tercera clase reivindica la dura vida de las
clases populares en las grandes ciudades. La ternura que despiertan
los personajes en el espectador contrasta con la sofisticación
industrial del tren.

En El baño
de las muchachas, los personajes son mujeres que se bañan
en el Sena, en plena ciudad. Es una imagen patética. Aparece
una muchacha que se moja los pies acompañada de una serie
de personajes amorfos, casi sin facciones ni rasgos que representan
trabajadores. Sus vidas se limitan al trabajo, el esfuerzo los deforma
y les roba su identidad.
También
fue un gran difusor de la caricatura, mediante la que hacía
críticas mordaces a la sociedad y al gobierno de Luis Felipe
de Orleáns, lo que le costaría la cárcel.
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