
Escultura
Barroca en España
La religión
determinó muchas de las características del arte barroco.
La iglesia católica se convirtió en uno de los mecenas
más influyentes y la Contrarreforma, que quería combatir
la difusión del protestantismo, contribuyó a la formación
de un arte emocional, dramático y naturalista, con un claro
sentido de propaganda de la fe. La temática tratada, por
tanto, será casi exclusivamente religiosa.
En España
predominan las imágenes religiosas talladas en madera (imaginería)
que posteriormente se policroman. Entre los trabajos más
destacados están los retablos para altares de iglesias donde
aparecen figuras exentas y en bajorrelieve. Los temas mitológicos
y profanos están ausentes y sólo en el ámbito
de la corte se da escultura monumental.
Las características
generales son: sentido de movimiento, energía, tensión,
composición asimétrica con predominio de las diagonales
y los escorzos, fuertes contrastes de luces y sombras que realzan
los efectos escenográficos y el naturalismo.
Las
figuras no son simples estereotipos, sino que se presentan de forma
individualizada, con personalidad propia. Los artistas buscaban
la representación de los sentimientos interiores, las pasiones
reflejadas en los rostros de los personajes.
Podemos hablar
de la existencia de dos grandes escuelas: la castellana y la andaluza.
Escultura
Barroca: la Escuela Castellana
Centrada en
Valladolid y Madrid, presenta un realismo exagerado, patético,
lleno de dolor y sangre, con un profundo dinamismo y unos rostros
de gran expresión, pero sin caer en vulgaridades.
Gregorio
Fernández (1576-1639)
De origen gallego,
se instaló en Valladolid donde creó un taller con
numerosos seguidores. A través de la anatomía intenta
revelar la vida interior de sus personajes. Las cabezas son enormemente
expresivas. Los ropajes, de formas quebradas y ricas en claroscuro,
intensifican su expresión.
En la larga
serie de Cristos Yacentes se aprecia la evolución de su estilo,
transformando las dulces formas manieristas en otras más
naturalistas. Ejemplo, El Cristo Yacente del Pardo.
El Cristo de la Luz de la capilla de la Universidad de Valladolid
muestra ya un gran realismo dramático.

Realizó
Vírgenes Dolorosas y también trató el tema
de la Inmaculada, como las que realizó para San Francisco
de Valladolid o la de San Esteban de Salamanca.
Trabajó
en grandes retablos que suponen la ejecución de numerosas
estatuas y relieves, como el Retablo Mayor de la Iglesia de San
Miguel de Vitoria o el retablo del Convento de las Huelgas en Valladolid.
Impulsó
el género procesional con varios grupos para los Pasos de
Semana Santa. En ellos la composición intenta conjugar las
actitudes de las diferentes figuras, logrando atrevidas visuales
de escorzo y de abajo a arriba. Ejemplos: el paso Tengo Sed o el
del Descendimiento.
Escultura
Barroca: la Escuela Andaluza
Se extiende
por Sevilla, Granada y Málaga. Huye del realismo exagerado
buscando la belleza sin rehusar del contenido espiritual. El realismo
se idealiza predominando la serenidad y las imágenes bellas
y equilibradas con un modelado suave.
Juan Martínez
Montañés (1568-1694)
Es el creador
de la escuela sevillana. Su producción es casi toda religiosa.
Su talla está bien modelada, sus ropajes voluminosos dan
grandiosidad a la imagen y concede gran importancia a la anatomía.
La obra que
revela su verdadera personalidad es El Cristo de la Clemencia en
la catedral de Sevilla. Sin excesivo dramatismo, con poca sangre
y aún vivo, mira hacia abajo en actitud de conversar con
el devoto. Responde al crucifijo con dos clavos en los pies, pero
para evitar demasiada simetría, las piernas aparecen cruzadas.
Ejecutó
obras tan importantes como el Retablo de Santo Domingo, de la que
sólo se conserva la estatua de Santo Domingo, que se halla
en éxtasis, aunque la expresión sea de calma, de oración
interior.
En el Retablo
de San Isidoro del Campo, de Santípoce, en Sevilla, destaca
la figura de San Jerónimo, que está visto en todo
su volumen porque saldría en procesión. Su expresión
llega al máximo.
Crea el tipo
de Niño Jesús desnudo, delicioso y bello. El de la
Catedral de Sevilla desprende ternura, colocado sobre un cojín,
extiende sus brazos demandando un abrazo. Supone un acercamiento
a los afectos humanos.
La Inmaculada
ocupa un lugar especial en su iconografía. Para la catedral
de Sevilla hace una Virgen que es una mujer joven, con el manto
caído sobre los hombros, con la cabeza levemente inclinada
y una pequeña sonrisa ingenua y melancólica que la
dota de gran religiosidad.
Juan de Mesa
(1583-1627)
Se formó
como aprendiz en el taller de Montañés. Sus clientes
fueron principalmente cofradías procesionales. El crucifijo
es el tema más frecuente en su producción y en especial,
las imágenes de Cristo antes de la muerte.
La culminación
de su dramatismo está en El Jesús del Gran Poder de
la Iglesia de este nombre en Sevilla. Es una imagen procesional
de vestir, es la imagen sufriente y envejecida por la cruenta pasión.
Alonso Cano
(1601-1667)
Fue un artista
completo, pintor, escultor y arquitecto. Su producción pasa
por tres momentos, sevillano, madrileño y granadino.
En Sevilla realiza
el Retablo de la Iglesia de Nuestra Señora de Oliva de Lebrija.
La Virgen de Oliva muestra su estilo idealizado, que aparece de
forma solemne, casi hierática, recogiendo su manto en la
parte superior.
Para la catedral
de Granada hace una Inmaculada. Con la cabeza inclinada, abstraída,
parece sobreponerse al espacio y al tiempo. El manto la envuelve
en amplias curvas. Se trata de pequeñas imágenes con
las que crea tipos nuevos, con un equilibrio armónico entre
el idealismo y el realismo.
Pedro de
Mena (1628-1688)
Es el gran maestro
de la escultura en Granada y fue colaborador de Alonso Cano. Su
estilo desde gran virtuosismo. Le gusta la quietud, concentrando
la atención en la cabeza y las manos. Huye de la exaltación
del dolor, sus rostros están levemente estilizados, sus figuras
son lánguidas y contemplativas.
Dos de sus mejores
estatuas son el San Francisco de la catedral de Toledo y la Magdalena
Penitente para los jesuitas de Madrid. Ésta última,
es una figura juvenil, llena de angustia, que sujeta con fuerza
un crucifijo con la mano izquierda y con la derecha se oprime el
corazón. El punto de mayor expresividad es el rostro, que
da idea de inmenso sufrimiento y que proclama la contenida emoción
de un arrepentimiento.
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