Juan
Martínez Montañés. Biografía y Obra
Introducción
a la biografía de Juan Martínez Montañés
Juan Martínez
Montañés (Alcalá la Real 1568- Sevilla 1649),
figura determinante en la historia española de la escultura
en madera policromada y cabeza de la escuela barroca andaluza.
Martínez
Montañés pasa su niñez, junto con su familia,
en Jaén, ciudad que abandonó pronto para comenzar
sus estudios en Granada, lugar ideal para encontrar maestros escultores
ya que era considerada la segunda ciudad andaluza más importante
del momento. Allí queda bajo la supervisión de Pablo
de Rojas de quien, se ha dicho, hereda la serenidad y el equilibrio
en sus figuras. Pronto acaba la formación y decide trasladarse,
hacia 1582, a Sevilla donde llegó a desarrollar la mayor
parte de su obra.
Gracias a las
crónicas sabemos que en la ciudad hispalense entra en contacto
con maestros como Gaspar Núñez Delgado, Andrés
de Ocampo y Jerónimo Hernández de quienes terminará
de aprender en un ambiente de inigualables posibilidades: Sevilla
era por entonces el centro de la vida andaluza y lugar de conexión
con el otro lado del Atlántico, lo que estimulaba un trasiego
constante de personas, dinero, ideas y artistas.
Los encargos
se multiplicaban y es que fue América un lugar al que se
exportaron cientos de obras religiosas, tema que Martínez
Montañés adoptará como suyo en poco tiempo.
Gracias al afán de expansionismo religioso, de entre otros
la Compañía de Jesús, las obras de Montañés
fueron rápidamente conocidas en las colonias. Hasta allí
envió decenas de ellas de las que hoy aún tenemos
conocimiento. Así ocurre con el Retablo de la Concepción
de Lima, obra del español.
Tras unos años
de aprendizaje, quizá hacia 1588, pone en marcha la escuela
andaluza de escultura barroca, con unas características muy
distintas a las llevadas a cabo en Castilla, gran foco cultural
y artístico pero que, según el alcalaíno, quedaban
lejos de la nueva visión de esperanza que debía mostrar
el proceso contrareformista iniciado por la Iglesia con el fin de
devolver a la religión el lugar preponderante del que había
gozado durante cientos de años. Por ello Martínez
Montañés ideó un arte al servicio de la religión,
retomando el fin didáctico que debía tener el oficio
y el compromiso que debían mostrar los artistas.
Esta excepcional
conexión con el arte y el fiel lo muestra claramente en la
más impresionante de sus obras, el Cristo Crucificado o Cristo
de la Clemencia, conservado en la catedral de Sevilla. La figura,
con su mirada, sigue al creyente.
La persona que
se sitúa debajo de él siempre advierte la mirada de
la escultura que, lejos de transmitir el patetismo y el dolor tan
comunes en otras esculturas renacentistas y barrocas, conmueve,
busca una complicidad entre ambos y no la tragedia o el perdón.
Con el Cristo,
al artista muestra igualmente un perfecto conocimiento del cuerpo
humano, pretendiendo acentuar el realismo de la figura, representando
los músculos, las venas, una contorsión propia de
la crucifixión que, a diferencia del Renacimiento, se produce
con cuatro clavos.
De
increíble serenidad, y ubicada en la misma catedral que la
talla anterior, es su Inmaculada Concepción, llamada cariñosamente
por los sevillanos "la cieguecita". De porte sencillo,
posee una belleza atemporal, de severo clasicismo, una postura dinámica,
levemente inclinada, en actitud de contraposto, copiando las formas
del "Cinquecento" italiano.
A pesar de lo
religioso de su obra, Martínez Montañés creó-
en 1618- un solo paso de procesiones: el Cristo de la Pasión,
figura venerada en la Iglesia del Divino Salvador.
Mucho más
del gusto del escultor fueron los relieves y retablos como el realizado
para el Convento de Santa Clara en 1621, compuesto por un cuerpo
central- donde las figuras son sencillas pero transmiten grandeza,
monumentalidad- y cuatro laterales.
Del mismo maestro
es El San Cristóbal de El Salvador de Sevilla o el retablo
mayor del Monasterio de San Isidoro del Campo, en Santiponce, encargado
en 1609, donde eligió- ayudado por distintos discípulos-
representar distintos momentos de la vida de Cristo. El retablo
se encuentra franqueado por las estatuas orantes de los fundadores
del monasterio: Alonso Pérez de Guzmán y María
Alonso Coronal, ambos del mismo autor, igual que un segundo retablo,
mucho menor en tamaño, situado en el Oratorio.
Aunque distintos
en forma y temática, todos los retablos, que se cuentan por
decenas, comparten una perfecta combinación, siempre con
un ojo puesto en Italia, entre lo místico y lo real, bajo
elementos que muestran un gran conocimiento sobre estructuras, el
cuerpo humano, el misticismo, así como en el arte de la pintura
y la arquitectura.
Por último
debemos apuntar que Montañés no trabajó sólo
la madera sino también el marfil con una serie de bellas
figuras infantiles donde es posible palpar la graciosa ingenuidad
de los bebes. Esto ocurre en el Niño Jesús bendiciendo
del Sagrario de Sevilla; y en barro, material en el que modeló
el busto encargado de Felipe IV y que junto al cuadro ecuestre de
Velázquez debían de servir de modelo a la obra de
Pietro Tacca, que aún hoy es posible admirar en la céntrica
Plaza de Oriente de Madrid.
Fue, gracias
a este encargo real, por lo que Martínez es retratado -mientras
trabajaba- por Velázquez. El encuentro entre ambos genios
se produce a consecuencia del viaje del andaluz a Madrid, y puede
reflejar la importancia que Montañés pudo llegar a
tener en la España del siglo XVII.
Juan de Mesa
fue el mejor y el más conocido de sus discípulos aunque
hubo otros muchos como Alonso Cano.
(Autora
del artículo/colaboradora de ARTEESPAÑA:
Ana Molina Reguilón)