Biografía
y obra de Miguel Ángel Buonarroti
Introducción
a uno de los genios del Renacimiento italiano: Miguel Ángel
Buonarroti (1475 -1564)
Arquitecto,
pintor y, ante todo, escultor, Miguel Ángel es el máximo
exponente de la larga lista de ingenios individuales que el Renacimiento
italiano alumbrará. Asimilable en sus inicios a la corriente
del Cinquecento, en su magnífica obra es apreciable, casi
desde los comienzos de la misma, una potente manifestación
de los sentimientos que derivará en monumentales y poderosas
figuras por completo manieristas (no sin motivo, se acuñará
el gráfico término "terribilitá"
para describirlas).
Vida
y obra de Miguel
Ángel Buonarroti
En Caprese,
provincia de Arezzo, nace Miguel Ángel en el año de
1475, en el seno de una familia noble: los Buonarroti. Ya desde
pequeño su vocación queda manifiesta, tomando su padre
finalmente la decisión de enviarlo a formarse al taller del
pintor Domenico Ghirlandaio. Sin embargo, y a pesar de que con dicho
maestro su aprendizaje en el campo del dibujo es indiscutible, será
en la escuela creada por los Médici en el Jardín de
San Marcos donde Miguel Ángel se revele realmente como el
gran escultor que llegará a ser.
Es
en este ambiente donde va a entrar en contacto por primera vez con
el conocimiento de obras legadas por la Antigüedad clásica,
resultando éste un factor decisivo en su producción
posterior. Pronto despuntará entre sus coetáneos,
llamando la atención de Lorenzo de Médici, quien desde
este momento y hasta su muerte se convertirá en mecenas y
admirador del genio miguelangelesco. De esta etapa inicial datan
diversos encargos que algunos amigos realizarían al artista,
además de lo que habrían sido sus "falsificaciones
artísticas".
Es a la muerte
de su protector cuando Miguel Ángel inicia verdaderamente
su trayectoria profesional, surcada por diversos viajes e importantes
encargos. Tras una estancia en Bolonia en 1494, donde dejará
esculpido un ángel para Santo Domingo de Guzmán y
descubrirá el trabajo de Jacobo Della Quercia, regresa nuevamente
a Florencia por un breve lapso de tiempo antes de iniciar su primer
viaje a Roma. En dicha ciudad, donde permanece en esta ocasión
entre los años de 1496 y 1501, va a realizar su famosísima,
delicada y perfecta Piedad del Vaticano (obra de la que el
artista, ya en vida, se sentía especialmente orgulloso, como
demuestra el hecho de que la reconociera con su firma, circunstancia
única en su producción).
De vuelta en
Florencia, Miguel Ángel realizará una serie de obras
"menores" (caso de los tondos ejecutados para Tadeo Taddei
y Bartolomeo Pitti o el San Mateo para Santa Maria dei Fiore), siendo
lo más destacable de entre las piezas que va a llevar a cabo
en este periodo su monumental estatua del David (1502-1504),
obra cumbre de todo el arte imitativo de la Antigüedad por
lo que de perfección en la ejecución, belleza en la
forma y originalidad en la manera de abordar la tipología
posee.
Pero Miguel
Ángel no es tan sólo escultor (aunque así lo
habría deseado el artista en vida), acometiendo, por estas
fechas asimismo, el encargo realizado por Piero Soderini de decorar
con un episodio de la guerra de Pisa parte de la Sala Grande
del Consejo de Florencia, en la que ya estaba trabajando Leonardo
da Vinci. El cartón de esta obra, maestro de un sinnúmero
de posteriores artistas, mostraría ya la tendencia a la dramatización
y tensión de los cuerpos que posteriormente se apreciará
en su obra pictórica cumbre, la Capilla Sixtina.
Tal era la admiración
que entre sus coetáneos levantaba Miguel Ángel que
el propio Papa Julio II le convertirá en el responsable de
un proyecto de una envergadura colosal, su tumba, encargo que a
la postre tan sólo generará disgustos y frustración
al artista. La muerte del Papa, el desinterés de sus sucesores
en la finalización del mausoleo, la escasez de fondos para
llevar a cabo el diseño original o la propia dispersión
a la que sometía Julio II a Miguel Ángel con la encomienda
de diversos encargos solapados, dieron como resultado que la ejecución
de la obra se alargara durante décadas (1505-1550), llegando
a finalizarse tan sólo una modesta versión de la tumba
materializada en un sepulcro de pared que incluía la escultura,
entre otras (la mayoría dispersas hoy día), del Moisés
(hacia 1513-1515).
Varios serán
los encargos en este periodo que mantendrán a Miguel Ángel
alejado de dicho proyecto funerario, entre ellos la decoración
de la Capilla Sixtina, solicitada por el Papa Julio II igualmente.
Miguel Ángel
iniciará los trabajos en la bóveda de la capilla en
1508 y los finalizará en 1512 (posteriormente, en 1534, habiendo
recibido el encargo de pintar la pared de la misma, ejecutará
un manierista Juicio Final); a pesar de la energía que el
genio derrochaba en cada uno de los proyectos que llevaba a cabo,
éste en concreto puede dar buena idea de la fortaleza de
su carácter, de su capacidad y de su determinación.
Decidido a realizar
una decoración fabulosa capaz de asombrar a quienes la vieran
y superar a pasados, presentes y futuros artistas, en primer lugar
hubo de aprender la técnica del fresco, pues de esta manera
decidió trabajar aún no siendo ducho en la forma de
prepararla. Catorce años pasó pintando sólo,
creando este ingente y complejo universo bíblico, repleto
de belleza, perfección y terribilità.
Posteriormente
a esta segunda etapa romana ya vista, vendría otra florentina
(1513-1534), marcada por el mecenazgo de otros dos Papas, León
X y Clemente VII, para quienes llevará a cabo obras como
la de fachada (no construida) de la iglesia de San Lorenzo,
la construcción de la escalera de la biblioteca Laurenciana
(1524) o una serie de sepulcros conmemorativos de diversos miembros
de la familia Médici (a la que pertenecían sendos
pontífices). Destacables son las esculturas alegóricas
del tiempo realizadas para acompañar las tumbas de los duques
Lorenzo y Giuliano de Médici (especial atención suscita
la representación del Día, con su cara desfigurada
en clara alusión al sol que deslumbra la vista).
En su vejez
(1546) se hará cargo de otro importante proyecto: la finalización
de las obras de la basílica de San Pedro del Vaticano, cuya
cúpula se convertirá posteriormente en paradigma a
seguir en buena parte del mundo.
Básicamente,
Miguel ángel tomará el plan trazado por Bramante y
lo mejorará visualmente mediante la supresión de las
torres laterales y la modificación de perfiles, permitiendo
que la cúpula se erija en eje central de la composición.
Cansado de los
hombres y desencantado del mundo, estos años marcan el inicio
del cambio; a partir de este momento la lozanía y fortaleza
de sus composiciones deriva en un misticismo desgarrado, que sin
embargo para muchos dará como resultado algunas de sus mejores
obras. Es su última época en Roma, adonde llegará
en el año de 1534, permaneciendo hasta su muerte.
También
son los años de su platónica relación con Vittoria
Coonna, cuya amistad reforzará esa tendencia a la espiritualidad
apreciable en su producción última. Terribles y absolutamente
precursoras son sus Deposiciones de estos años (en las mismas
se puede apreciar claramente la idea repetida hasta la saciedad,
aunque no por ello menos cierta, de la capacidad de Miguel Ángel
de "extraer vida de la piedra"), ejemplo clásico
de las cuales ha de señalarse la Piedad Rondanini.