
Arte
Barroco en Francia
Podría
decirse que, históricamente, el Barroco ha sido considerado
como un movimiento "del espíritu" debido a la enorme
exaltación de las pulsiones humanas presente en las diferentes
manifestaciones adscritas a la terminología de dicho periodo,
las cuales, de alguna manera, habrían ofrecido oposición
a la racionalidad de la corriente anterior, camino que al parecer
habría entrado en una fase de agotamiento ya en época
manierista.
Sin embargo,
y como ya señalaran sabios como Salomón o Terencio
mucho antes de este siglo XVII, "no hay nada nuevo bajo el
sol"; de esta manera, es posible advertir que el Barroco no
inventa nuevas fórmulas estéticas sino que reinventa
las previas ya existentes, potenciándolas. Será de
esta circunstancia de donde surja ese concepto del "exceso"
con el que suele asociarse dicha época, más erróneo
en unas ocasiones que en otras, pudiéndose encontrar obras
como la fachada este del Louvre, considerada modelo de arquitectura
barroca oficial francesa, o los edificios proyectados por Mansart
(véase la Iglesia de los Inválidos parisina), en las
cuales el clasicismo es patente y el barroquismo queda asociado
a la escala y la potencia plástica.
Sobriedad,
armonía y claridad van a ser, de esta manera, las tres claves
de la arquitectura barroca en Francia, la cual, a diferencia de
lo que habría sucedido en el país de origen del movimiento,
Italia, estará concebida al servicio del poder establecido
político (en vez del religioso) al igual que el resto de
las artes. De ahí su majestuosidad y su clara vocación
de ostentación.
Arte propagandístico
pues, en una época en las que las convulsiones sociales y
políticas (no hay que olvidar la proximidad de la Revolución
Francesa) serán determinantes a la hora de la creación
del nuevo lenguaje. La revisión del urbanismo de las grandes
ciudades como París, por ejemplo, vendrá determinada
por la exaltación de las nacionalidades que en estos momentos
está viviendo Europa, la cual desembocará en la creación
de estados, con sus correspondientes capitales, que deberán
adecuarse a la idea de centralismo, magnificencia y orden emanada
por el poder del cual serán considerados una proyección.
Así,
ciudades, palacios o jardines, el diseño en el país
galo estará puesto al servicio de la gloria del rey, llegando
éste a controlar, por medio de sus validos, cualesquiera
de las diversas manifestaciones artísticas y artesanas que
bajo su gobierno tengan lugar (famosísima será la
Manufactura de Gobelinos, creada bajo el absolutismo del Rey Sol),
siendo el máximo exponente de esta manipulación teatral
el Palacio de Versalles, modelo posteriormente muy difundido por
Europa y entorno perfecto para la exhibición del poder divino
del rey.

"Iniciado"
durante el reinado de Luis XIII, será su hijo, Luis XIV,
quien contribuya al desarrollo del aspecto que presenta en la actualidad.
Pensado como una gran "escenografía" en la cual
presentar al monarca y su corte en todo su esplendor, habría
cumplido el papel de retiro a la par que de lugar de divertimento.
En él
todo está perfectamente medido y controlado; los jardines
con su simétrica perfección, la exhuberancia de las
decoraciones interiores, la vastedad del terreno o la rotunda elegancia
que el exterior del edificio presenta no serían sino símbolos,
una vez más, del poder y orden regios. Y para poder alcanzar
semejante calidad en la ejecución del entorno en el cual
mostrar al rey, éste habría contado con la mano diestra
de algunos de los más famosos artistas de la época
como Charles le Brun, creador del más claro precedente de
Versalles (el Castillo-Palacio de Vaux-le-Vicomte) y habilísimo
diseñador, los arquitectos Louis le Vau y Jules Hardouin-Mansart
o el proyectista de jardines André le Nôtre.
Quizá
el aspecto que más llame la atención de la arquitectura
francesa barroca sea la disociación que existe entre lo que
prometen sus exteriores y la sorpresa que aguarda en el interior,
compuesta por toda una voluptuosa serie de decoraciones y objetos
que, en ocasiones, rozan el delirio.
Decoraciones
pictóricas, esculturas, objetos muebles
en todos ellos,
la profusión de motivos está destinada, al igual que
sucederá con el aspecto del continente (mucho más
mesurado), a ser una pieza más a añadir al conjunto
propagandístico ya visto. Igual sucederá con los jardines,
no pudiéndose establecer en ocasiones muy claramente cual
es la línea que separa al paisaje con función de decorado
del edificio como pretexto para la creación del mismo.
No será,
sin embargo, el arte de la monarquía el único desarrollado
a lo largo del periodo denominado Barroco francés. Existirá
asimismo todo un muestrario de manifestaciones arquitectónicas
y plásticas de carácter burgués, caso de los
llamados "hoteles", viviendas creadas en las ciudades
para personas pudientes, o un género pictórico típico
de dicha clase social, muy difundido ya a finales del s.XVI: el
retrato (iniciado por Felipe de Champaigne). Al igual que
sucedía en arquitectura, en pintura los modelos tomados procederán
de los estratos monárquicos y cortesanos principalmente,
con notables salvedades, como sucederá en las composiciones
de temas campesinos de los hermanos Le Nain.
Dos van a ser
las corrientes principales que será posible encontrar en
la pintura de la época; por un lado, aquellos artistas que
recogerán influencias del naturalismo y que pondrán
su arte al servicio principalmente de la burguesía y, lógicamente,
de la Iglesia (la cual demandará modelos fieles a la realidad),
existiendo por otro lado los clasicistas, los cuales se adaptarán
a los gustos y directrices que la Corte marque, siendo la mitología
uno de los temas preferidos por la misma (dentro de esta última
tendencia cohabitarán dos grandes maestros como Claudio
Lorena y Poussin).

De esta manera,
las muestras pictóricas del Barroco francés oscilarán
entre los dos extremos definidos por las composiciones equilibradas,
con un carácter casi geométrico, y el tenebrismo heredado
de Caravaggio.
Algo
similar sucederá con las creaciones escultóricas,
la mayor parte de las cuales poseerán un carácter
igualmente cortesano (mitologías, retratos e imágenes
funerarias constituirán los motivos básicos). Dos
creadores serán los que ejemplifiquen con sus obras las líneas
de expresión que la escultura seguirá en su proceso
de creación: François Girardon, representante
de una tendencia caracterizada por una elegancia clasicista muy
depurada, al servicio de las clases altas, y Antoine Coysevox,
de una mayor expresividad y dramatismo, no siendo posible olvidar
tampoco a Pedro Puget, cuyas obras estarán en la línea
del Barroco considerado más puro.
