El
Madrid de los Austrias
Hasta la llegada
de los Habsburgo (o Austrias, según nuestra traducción)
Madrid era una villa sin demasiada importancia en el reino de España.
En ella permanecieron los Reyes Católicos algunas temporadas
y su nieto Carlos I se recuperó de una enfermedad en el mismo
lugar. Fue entonces cuando el Alcázar, construido originariamente
por los árabes, se transformó, haciéndolo más
confortable, hecho que le otorgó la calificación de
palacio.
Será
a partir de 1561 cuando, gracias a la elección de Felipe
II, podamos hablar de Madrid como capital permanente de la Corte
del reino que desde entonces, y tras un breve periodo en Valladolid,
se asienta allí. Cuatro fueron los motivos que animaron al
Monarca a elegir Madrid: el clima, más benévolo que
el toledano- lugar donde hasta ese momento se asentaban las Cortes
del Imperio español-; la abundancia de agua - y es que si
rastreamos en los orígenes del nombre Madrid podremos observar
que es una derivación de Matrice, "la madre de las aguas";
su posición geográfica central y por último,
y siempre según las crónicas, Madrid fue elegido por
no tener en la ciudad un poder político (el nobiliario) ni
religiosos que hiciesen sombra al real.
El tamaño
de la ciudad en el siglo XVI era muy reducido. Según descripción
del Corral, los límites de Madrid se establecían en
el Alcázar, actual Palacio Real, continuando por la calle
de Bailén hasta la Cuesta de la Vega y la Puerta de Guadalajara
desde donde volvía a cerrar sobre el Alcázar. El corazón
de la ciudad fue, desde 1619, la Plaza Mayor. En ella se ubicó
el primer ayuntamiento (la Casa de la Panadería, antigua
panificadora de la ciudad, edificio fácilmente reconocible
por las pinturas de su fachada) y una estatua ecuestre de Felipe
III, el primer monarca puramente madrileño.
El lugar se
convirtió en centro de reunión de los habitantes de
la urbe, emplazamiento para ciertas celebraciones, en sitio de ajusticiamientos
públicos así como en mercado permanente, cubierto
en invierno por las arcadas que envuelven su perímetro y
que hoy en día conservan los nombres de los gremios que en
ellas vendían sus productos.
Con
la capitalidad Madrid duplicó, en menos de cuarenta años,
su extensión y por ende su población. La antigua muralla
árabe debió ser derruida, siendo sustituida durante
el reinado de Felipe IV por una mucho más amplia. Fuera de
ella se crearon los arrabales, lugares de traza absolutamente irregular,
quedando patente la poca planificación con la que los nuevos
vecinos edificaban sus pequeñísimas viviendas que
aunque podían ser de ladrillos, se construían principalmente
con adobe y madera. Lo normal es que estas viviendas tuviesen dos
salas una de las cuales estaba destinada al descanso de sus habitantes
mientras que la otra cumplía la función de cocina,
comedor y sala de estar. Era en este lugar donde las familias pasaban
la mayoría del tiempo.
Del mismo modo,
la insalubridad constituía un gran problema debido a la poca
ventilación para evitar el frío en invierno y el calor
en verano, la convivencia de personas con animales de tiro y de
granja así como por sus calles sin empedrar ni alcantarillado
donde se desechaban desperdicios y aguas fecales. Según Montoliú,
esta ampliación trajo como consecuencia para la ciudad cambios
en su orografía, el secado de muchos cursos de agua y el
cambio en el clima, que se hizo mucho más extremo.
Será
con Felipe IV cuando Madrid goce de su mayor esplendor tanto artístico
como urbanístico y arquitectónico. Hombre protector
de las artes y las letras, suya fue la creación del Parque
del Retiro y la Casa de la Villa edificio al que se trasladó
el gobierno de la ciudad.
Fue por tanto
el siglo XVII en más rico culturalmente. En él vivieron
pintores de la talla de Velázquez, Rubens, el Greco, Claudio
Coello, Alonso Cano y Zurbarán así como los literatos
Góngora, Quevedo, Cervantes, Lope de Vega, Tirso de Molina
o Calderón de la Barca quienes, curiosamente y a pesar de
la enemistad que les separaba, vivieron muy cerca unos de otros:
en los alrededores de la calle Huertas donde se ubicaban distintos
corrales como el del Príncipe, actual teatro Español.
Gracias a las crónicas podemos saber que Madrid estaba por
aquel entonces repleto de teatros y corrales donde se representaban
sus creaciones que podían llegar a durar horas y que estaban
sometidas a la dura crítica de los habitantes de Madrid,
muy acostumbrados a la escenificación de centenares de obras:
toda representación comenzaba con música a la que
seguía una loa. Tras ella comenzaba la obra entre cuyos actos
se entremezclaban entremeses.
Además
de representaciones teatrales, en el Madrid de los Austrias se celebraban
corridas de toros- que aunque de mucha más duración
que las actuales y sin una plaza propiamente dicha, sentaron las
bases de las actuales-; bailes, juegos, procesiones o romerías,
siendo el río Manzanares el lugar elegido para la mayoría
de ellas. Según apunta del Corral, las fiestas eran ocasiones
de encuentros amorosos y toda clase de licencias como riñas
o robos.
Carlos II, el
último de los Austrias, vio cómo, debido a su mala
salud y a los problemas crecientes en las Colonias, se le escapaba
el poder. Madrid fue testigo de ello: fue el lugar central de las
luchas políticas. En ella se crearon dos bandos bien diferenciados:
los partidarios de Carlos, archiduque de Austria y quienes preferían
a Felipe de Anjou para la sucesión en la corona. Todo ello
provocó el estancamiento de la ciudad, que solo puedo ver
cómo se terminaban obras comenzadas por los antecesores de
El Hechizado. Carlos murió sin descendencia, siendo el último
de su linaje.